Jamás votaré a un partido de extrema derecha
Sé lo que es bajar a la calle y encontrar a un tipo borracho con una pistola en la mano. Sé lo que es escuchar a ese mismo tipo diciendo que va a explicar a los rojos cómo son las cosas. Sé lo que es ver peleas en las cafeterías del barrio, organizadas por un grupo de exaltados que quería que los que estaban tomando un café cantasen el ‘Cara al sol’. Siempre se negaba alguien y comenzaba el festival. Siempre había alguien en esa cafetería que llamaba a la policía creyendo que era la forma de poner orden. Y, generalmente, la policía se llevaba al agredido y no echaba cuentas a ese grupo de energúmenos con banderas de España pegadas a sus relojes. También sé lo que es eso. Sé lo que es que un grupo de jóvenes del barrio saliera a dar una vuelta y regresase habiendo asesinado a palos a un joven por llevar el pelo largo y lucir barba. Yo sé lo que es una época indecente en un barrio militar. Es verdad que todo ha cambiado. Eso forma parte del recuerdo y, hoy, los militares tienen sus ideas, pero las gestionan como cualquier otra persona. Pienso que, comparado con lo que viví a finales de los setenta y principios de los ochenta, parecen osos de peluche. Y lo sé porque sigo viviendo en mi barrio.
Sé cómo suena un discurso
peligroso y violento. Mi barrio no se libró de la violencia asesina y
sanguinaria de ETA y del GRAPO. Y las reacciones, aunque se controlaron,
pudieron ser devastadoras. El dolor solo engendra dolor, la violencia golpea
una vez esperando una réplica segura. Entiendo a la perfección el lenguaje de
la venganza rogada, entiendo sin problemas qué significa cada una de esas
frases que se camuflan con la bandera de España, con la unidad de la nación,
con el peligro que representan algunos para los españoles que deberíamos ser lo
primero. Sé qué es eso, lo que significa y cómo puede arrastrar a cualquiera hasta
territorios que deberían estar erradicados de nuestro ideario después de haber
vivido lo que hemos vivido. Lamentablemente, conozco códigos que nunca debieron
existir.
Que tengan cuidado todos aquellos
que creen que ser mejor es llevar la bandera nacional por delante y defenderla al
precio que sea. Amo mi bandera (igual que yo habrá muchos que lo hagan, más que
yo ni uno) y quisiera no tener que levantar nunca la voz para defenderla. Por
supuesto, no quiero ni pensar en una violencia justificada por defender una
bandera que es de todos. Siempre fue la mía y yo no me dedicaba a pelearme en
nombre de mis ideas, ni acudía a la sede de un partido político extremista para
planificar cómo liar la marimorena cada tarde. Soy tan español como el que más,
amo mi tierra como el que más, procuro mantenerme firme en mis convicciones
intentando comprender el porqué de lo que ocurre y sin inclinarme a dar golpes
en la mesa o insultar a los que piensan de distinta forma a la mía.
En los años de plomo impuestos por ETA, nunca supe si mi padre y mi hermano regresarían a casa, o si les harían saltar por los aires o les dispararían un tiro en la nuca. En los años más duros de la transición, nunca sentí la necesidad de agarrar una barra de hierro y usarla contra otro. Si alguien me enseñó la importancia de los valores fue mi padre. Él era militar y estoy seguro de que no votaría una opción próxima a la xenofobia, a la homofobia, al nacionalismo más estúpido e inútil, ni al uso de los símbolos nacionales y castrenses en nombre de una idea política.
Por todo esto no votaría jamás a un candidato de extrema derecha.
G. Ramírez
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