Las mascotas no deberían morir solas

Imagine usted que pudiera conocer la fecha y hora exacta de su muerte. Es posible que quisiera elegir un lugar familiar, entrañable y tranquilo para recibir a la parca. Es posible que pidiera a sus seres queridos, a sus amigos más cercanos, que estuvieran a su lado llegado el momento. Nadie quiere morir solo o en un lugar hostil.

Antes de continuar, voy a recordar algo que ya he dicho en más ocasiones y que no me hartaré de repetir: un perro es un animal (un gato, un caballo o un orangután, también, claro), un animal que sabe, que reconoce. Sabe que le gustan los huesos aunque no sabe que lo sabe; le falta el pensamiento reflejo que es lo que diferencia al ser humano del resto de animales del planeta Tierra, pero sabe y es capaz de sentir. Los animales no son cosas, son seres vivos, son corazones que laten, son cariño, son fidelidad, son lealtad...

Pues bien, nuestras mascotas también quieren morir en un lugar que les guste y, sobre todo, a nuestro lado. Cuando enferman y no hay cura posible, cuando acecha el dolor que no se puede camuflar con medicamentos, cuando ya no pueden más y llega su hora, les ‘dormimos’. Es uno de esos momentos en los que la tristeza nos aplasta. Y son muchos los que dejan a su mascota con el veterinario porque creen que no van a poder soportar el dolor. Y no, eso no debemos hacerlo porque nuestra mascota quiere estar a nuestro lado, quiere sentir esa caricia que tantas veces ha servido de consuelo, quiere pasar ese último momento al lado de aquel al que tanto ha obedecido, respetado y querido. Los veterinarios hacen lo poco que pueden, pero somos los compañeros de vida del animal los que debemos estar allí, sufriendo hasta lo insoportable porque nuestras mascotas lo merecen.

Ya sé que hablo de un momento terrible. Lo he pasado alguna vez y resulta casi insoportable. Ya sé que ver morir al animal que tanto has querido es un trago de muy mal gusto. Pero peor es dejar que muera en un sitio que no le gusta, junto a un extraño y sin que le estemos acariciando, sin desearles buen viaje, pidiendo que nos esperen para dar un paseo eterno.

G. Ramírez

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