¿Por qué ganan dinero los influencers?
Alguien debería decir a la caterva
de influencers que asola la inteligencia que hablar no es un deporte de riesgo
tal y como afirmó María Pombo en una entrevista publicada en El País y firmada
por Ixone Arana hace unos meses. Todos se quejan de las críticas y de la
multitud de comentarios ofensivos con los que se encuentran a diario.
No, hablar no es un deporte de riesgo; lo que
sí es temerario y peligroso es pasar el día diciendo idioteces, banalidades,
frases con una profundidad que podría medirse en micras; y es que siempre lo
fue puesto que nunca faltaron charlatanes que se paseaban por el mundo
vendiendo cosas tan irrelevantes y tramposas como ellos mismos. La diferencia
que hay entre presente y pasado es que antes eran pocos los que abrían la boca
para soltar ocurrencias y memeces frente a un público reducido y dispuesto a
comprar milagros embotellados o elixir de amor a espuertas y, ahora, son miles
los que usando un altavoz potentísimo como es internet dedican su tiempo a un
negocio que consiste en vender hasta si se levantan con gases o se acuestan sin
sueño.
Todos estos influencers no parece
que aporten gran cosa a la sociedad. Es su economía la que mejora idiotez tras
idiotez. Y lo que tienen que hacer o decir sólo le interesa a un tipo de personas
tan superficiales como ellos mismos y, además, dispuestas a comprar milagros y
frascos de elixir como hacían los antiguos (eso nunca cambia). Si no es así,
que alguien me explique qué interés tiene que una cantante tome un batido de
fresa, que su hijo estrene un pichi o que en su boda suene el himno de España
antes de comenzar la ceremonia. Creo yo que la vida de todos estos y la de
María Pombo la resume muy bien su padre (el de Pombo) al decir: ‘No hay
conversaciones muy profundas en mi familia, con lo cual, es una vida simple,
pero feliz’. Vacío total, dicho de otro modo. Se nos ha llenado la vida de
vulgaridad disfrazada de glamour del todo a cien y no nos hemos enterado aún.
Me importa muy poco las vidas de
esta caterva. De hecho, no sé qué hago hablando de ellos. Pero es que, claro,
ahora llegan al teléfono noticias que dan vergüenza, asuntos lejanos y sin
interés, cosas que no has pedido y que, por narices te vas a tragar... y una de
esas cosas es lo que dicen unos incultos desquiciados y su vida, una existencia
que me importa entre nada y cero.
El caso es que esta banda de
inútiles, que se dedican a facturar gracias a crear un mundo paralelo falso y
perjudicial para miles de jóvenes o personas con carencias afectivas o de
cualquier otro tipo, no entiende que hablar no es un deporte de riesgo porque
no entiende a qué se dedica. Se exponen y exponen a su familia (incluidos sus
hijos) y se colocan al alcance de personas tan vacías como ellos mismos, de
personas que envidian una vida de cartón piedra que ellos venden como una cosa
casi divina, de personas incapaces de leer un libro aunque dispuestas a mirar
una pantalla de teléfono todo el tiempo del mundo. Y ellos facturan por eso,
porque las personas miran sus fotos y envidian lo que ven y... les odian mucho.
El odio le reporta grandes beneficios a esta chusma. Eso es lo que no entienden.
Ni eso ni nada, en realidad.
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