¿Se debe prohibir el voto a ultras o analfabetos?

Thomas Jefferson

Me sigue emocionando votar. Pienso en la cantidad de personas que han muerto para que podamos realizar un pequeño gesto que tan grande resulta a la larga y me hace pensar en que el mundo que construyeron con tanto esfuerzo personas que no sabían leer o escribir, que eran ricos y renunciaron a lo que tenían para pelear por una idea (los hubo, sí, aunque parezca mentira los hubo), mujeres luchadoras que tuvieron siempre las de perder aunque no se rindieron hasta la muerte, jóvenes estudiantes que pasaban por las universidades para buscar alternativas a un mundo que podía convertirse en una trampa (como ya ha pasado), se está desmenuzando con rapidez. Me sigue emocionando votar y, ahora que no hay que hacerlo, me parece que es un buen momento para reflexionar sobre ello.

Hace algún tiempo leí el magnífico libro ‘Ve y pon un centinela’ de la novelista Harper Lee. En uno de los diálogos entre Atticus Finch y su hija Scout, conocemos su reflexión sobre el voto y lo que representa y, entre otras cosas, tocan asuntos como este: Jefferson, uno de los padres de la nación norteamericana, creía que la plena ciudadanía era un privilegio que tenía que ganarse cada cual, que no era algo que pudiera concederse a la ligera, ni tomarse a la ligera. A su modo de ver, un hombre no podía votar por el simple hecho de ser un hombre. Tenía que ser, además, un hombre responsable. El voto era, para Jefferson, un privilegio precioso que se ganaba en una economía basada en el ‘vive y deja vivir’. Yo, desde luego, me apunto a esta idea. No puede ser que una persona cualquiera vote sin pensar en lo que eso representa. Es absurdo jugar con algo tan importante como es el futuro de una nación y de las personas que la forman. ¿Se debería prohibir el voto a ciertos sujetos? Desde luego que no, pero la educación debe afrontar el capítulo de la libertad, de la democracia y de las reglas de juego más básicas como asignaturas troncales.

Votar no es siempre sinónimo de libertad o democracia. Ni mucho menos. Piensen, por ejemplo, en los señoritos que metían a los peones de la finca en un furgón y les llevaban a votar. Por supuesto, las papeletas ya se las proporcionaban los patrones a los trabajadores. A votar sin rechistar. ¿Es eso libertad o democracia? Y cuando esos peones pudieron votar a otros partidos inducidos, de la misma forma, bien por mensajes populistas o llevados por la sed de venganza, sin saber leer todavía ¿era eso el progreso y la libertad? Ojo con esa sublimación del voto porque, tal vez, habría que echar un vistazo a lo que sucedió y a lo que sigue sucediendo en algunas ocasiones. Conviene no soltar por la boca lo que nos dictan las tripas porque ese no es el camino.

Votar ha de ser un acto de libertad lleno de sentido y de criterio. Votar no es una broma. ¿Cómo puede alguien votar para castigar a un político si está en juego el futuro de las personas? Se podrá exigir a ese político que deje paso a alguien que defienda las mismas ideas con mayor eficacia, pero votar una opción radicalmente distinta no tiene lógica alguna. Y estas cosas pasan con mucha frecuencia. Ya lo saben ustedes igual que yo.

Dicho todo esto, los votantes deben ejercer su derecho con cabeza, pensando en las consecuencias de su gesto y en el bien común. Es muy fácil e imprescindible.

G. Ramírez

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