¿Con Franco se vivía mejor?

Son muy pocos los que podrían afirmar que con Franco se vivía mejor. Incluso los que vivieron mejor, una vez que conocieron la democracia, entendieron que a ellos también les faltó una parte esencial de lo que es un ser humano. La represión, el pensamiento único, la homofobia consentida y aplaudida y tipificada como delito, el machismo descontrolado, la persecución de todos aquellos que resultasen sospechosos (por tener el pelo largo, por ejemplo), y una forma de vida estúpidamente endogámica, cateta y anclada al miedo, no parecen razones que inviten a decir que con Franco se vivía mejor. Sin embargo, se dice. Y se dice mucho entre los jóvenes que ni  siquiera vivían en aquellos años. Nada nuevo puesto que sucede desde hace años.

No deja de ser curioso que Franco, y esa España casposa que olía a naftalina, sigan ocupando un lugar importante en nuestras conversaciones o en los medios de comunicación. Y es evidente que la razón reside en el empeño de algún político que quiere tener la figura del dictador sobre la mesa de debate porque así se asegura de que las dos Españas siguen intactas y enfrentadas, que los vencedores están sentados frente a los vencidos, que los rojos esperan a los fachas para darles lo suyo o viceversa. Pedro Sánchez se ha convertido en el chamán principal que resucita muertos en los momentos más críticos aunque, ni Núñez Feijóo ni Abascal tienen mucho que envidiar al ‘resucitador’. La caspa de siempre y la política de ahora hacen juego.

La otra gran razón por la que tiempos pasados podrían parecer mejores a los actuales y son, por ello, añorados, es una situación actual que es caótica, desastrosa y no permite vislumbrar un horizonte. El que podemos ver hoy es el sufrimiento de cinco minutos más allá, es la preocupación constante, es el miedo y la incertidumbre. El miedo lo puede todo y convierte imágenes tristes, lamentables, dolorosas o inaceptables, en cuadros rebosantes de color, paz y tranquilidad. En este aspecto, chamanes somos todos.

Algunos llegan, incluso, a pensar en la Policía Armada de la época franquista (los ‘grises’) como grandes defensores de la libertad y el orden. Ven las imágenes de un piso okupado o la agresión de un MENA a un anciano e imaginan cómo un ‘gris’ o una pareja de la Guardia Civil de los de tricornio y capote, acabarían con el problema. A guantazos, por supuesto. Violencia contra violencia. Sin pensar en las injusticias y atropellos que se cometieron, ni en la leña que repartieron sin ton ni son, entre culpables e inocentes. Todo dependía de cómo se levantara un sujeto que vestía, al rato, un uniforme.

Grupo de estudiantes del Aixa-Llaüt, un colegio de Palma de Mallorca, posando en 2019

Vemos las imágenes de unos energúmenos destrozando una ciudad en nombre de la libertad y la democracia (¿recuerdan Barcelona en llamas?) y pensamos en lo que iba a durar el asunto con un Tercio de la Legión desplegado por las calles de una ciudad desierta y en silencio. Sin pensar en los años de dolor, de guerra y de miseria que tuvimos que pasar desde la última vez que se le ocurrió eso mismo a alguien y se sublevó contra el Gobierno legítimo de España; sin pensar en los cuarenta años privados de libertad que pasó el pueblo español.

Sin libertad, el ser humano pierde su condición, deja de ser. Nada puede justificar la pérdida de lo más sagrado que puede atesorar una persona. Me refiero, como es lógico, al libre albedrio. El que está encerrado en una celda por asesinar, violar o cometer cualquier delito que esté penado con la cárcel, está bien dentro de una jaula.

Con Franco no se vivía ni mejor ni peor; con el dictador se salía adelante como buenamente se podía y, sobre todo, en silencio. Ay, cuantas veces tuvimos que escuchar en la mesa del comedor de casa que de eso no se hablaba (de política). Con Franco se subsistía aislado del exterior y no se podía leer cualquier cosa; solo se podía leer lo que la censura de Franco aceptaba como material que el catolicismo más rancio y vengativo podía soportar. Novelas como '1984' o 'El extranjero'; o una maravilla como la obra de teatro 'La casa de Bernarda Alba' de Federico García Lorca; estuvieron prohibidas durante buena parte de la dictadura. ¡Leer a escondidas! ¿Eso es vivir mejor?

La respuesta es no. Siempre será no.

G. Ramírez

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