Las otras dos españas: inmigrantes y señoritos de medio pelo
Son muchas las voces que se
escuchan clamando por una regulación más estricta de la inmigración. Son muchos
los que culpan a los inmigrantes de ser una lacra insoportable para la
economía, una molestia continua en los barrios comparándolos con una especie de
plaga arrasadora, la causa de una bajada insólita en los niveles educativos
nacionales porque el suyo (su nivel) obliga a un desarrollo más lento y menos
eficaz en las aulas. Son muchos los que dicen que los inmigrantes deberían
regresar a sus países lo antes posible.
Nos hemos convertido en un país
receptor de personas que quieren mejorar su calidad de vida. No hace mucho
éramos nosotros, los españoles, los que viajábamos a países más avanzados para
encontrar empleo y enviar algo de dinero a casa. Pero, ahora, somos un país de
señoritos. Todos hemos estudiado (ya sé que esto es exagerar, pero todos leemos
y escribimos), todos creemos estar por encima de los que son más pobres o menos
letrados. Si salimos de España es para pasar unos días en un lugar maravilloso
o para trabajar en una multinacional de renombre. Somos la élite de los
emigrantes. Menuda cosa, qué éxito tan abrumador. Y, como somos lo más de lo
más, hemos dejado de recoger cebollas, patatas o aceitunas; hemos dejado de
colocar ladrillos al sol porque eso es cosa de pobrecitos. Eso sí, tampoco
queremos que otros lo hagan por nosotros. Somos los más tontos entre los
listos. Una jauría inmensa de perros de hortelano. Una sociedad perversa y
decadente que mira por encima del hombro a los que vienen de lejos porque nos
parecen delincuentes, malvados, más bajitos, más feos, sucios, gritones y no sé
qué cosas más. Somos unos señoritos de pacotilla que utilizamos a los más
necesitados mientras que las cosas van bien y cuando las vacas adelgazan
queremos que salgan pitando porque nos gastamos una pasta en subsidios
sociales. Qué listos somos. Claro, es que hemos estudiado.
Siempre pienso en cómo deben
vivir algunas personas para arriesgar la vida en una patera. Me pregunto cómo
debe ser el día a día del que deja a su familia a cambio de un trabajo
demoledor para poder enviar unos euros cada semana. Pienso sobre cómo se siente
alguien en país extraño, con la mirada baja sabiendo que le observan como si
fuera una mula de carga. Me parece injusto, irracional y una majadería que
nadie sea capaz de despreciar a otro por ser de fuera, por venir a realizar el
trabajo que nadie quiere hacer.
Si alguien piensa que estamos en
mala situación a causa de los inmigrantes que se vaya quitando la idea de la
cabeza. Estamos aquí porque hemos despilfarrado a manos llenas, porque unos
pocos roban a diario y nadie hace nada por evitarlo, porque el mundo que hemos
construido es injusto y cruel con muchas personas que pasan las de Caín para
poder alimentar a sus hijos, porque nos hemos dejado criar por el dinero.
Los inmigrantes no son una turba.
Son trabajadores que quieren ganarse la vida como mejor pueden. La gran mayoría
de ellos son honrados. Como los de aquí, los señoritos. Casi todos somos
currantes y honestos. Los malos, los de allí y los de aquí, poco tienen que ver
con este problema.
No confundamos recoger cebollas o
levantar paredes con robarlas o quedárselas en propiedad aprovechando la
desgracia ajena.
G. Ramírez
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