Rugby femenino o la mona vestida de seda
Actualmente, el machismo se persigue,
la violencia machista se castiga y las agresiones sexuales (algunas de ellas
consideradas de poca importancia hasta hace unos años) pueden acabar con el
violador entre rejas durante un buen periodo de tiempo. Y todo eso está muy
bien; era algo muy necesario que se comenzase a combatir una lacra inaceptable
en pleno siglo XXI.
Si un político pone la mano
encima de una mujer y esta se siente agredida se acabó la carrera del diputado,
alcalde, senador o lo que fuere. Si un famoso monta una fiesta en la que el
respeto por la mujer no sea exquisito puede ir pensando en buscarse un hueco en
el anonimato porque le triturarán en menos de lo que canta un gallo. Pero ¿qué pasa con
el día a día de las mujeres? ¿Ha cambiado en algo realmente o el foco está
puesto en pocos lugares dejando descuidados otros? ¿Esto va por barrios o en
todos los ámbitos se ha acabado con parte del problema?
Si alguien quiere saber en qué
consiste el machismo recalcitrante debe pasar por algún club en el que se
practique un deporte que, tradicionalmente, ha sido cosa de hombres. ¿Imaginan
el calvario que supone para una cría de catorce o quince años jugar en un
equipo de chicos? Piensen en el rugby. Hasta los diecisiete años las chicas están
condenadas a jugar en equipos en los que la mayoría de jugadores son chicos; a
veces, una sola chica tiene que jugar con otros catorce chicos. En realidad,
juegan poco. Se ríen de ellas, no les pasan el balón porque los chicos creen
que lo perderán (y el staff mira para otro lado), los entrenadores cuentan con
ellas solo en los partidos fáciles y les buscan un lugar en la alineación en el
que no molesten demasiado. En la grada, todo son reproches dirigidos a las niñas que hacen lo que pueden en un ambiente hostil. Y todo así. Les garantizo que eso es así y, salvo excepciones,
este es un mal general en el rugby femenino español en esas edades. Si alguien
se ocupara de estas mujeres y preguntase cómo se sienten otro gallo cantaría.
Muchas de ellas renuncian a seguir jugando porque no resisten la presión de un
grupo de adolescentes con las hormonas revolucionadas y de entrenadores a los
que el rugby femenino les importa entre poco y nada. ¿Hay excepciones? Las hay
y cada uno sabrá dónde debe colocarse. Pero que nadie se engañe porque esos casos
son excepcionales y raros.
Por desgracia, en el caso del
rugby, el problema no es exclusivo de los clubes. Por ejemplo, en el Centro de
Alto Rendimiento de Madrid, las jugadoras de rugby terminan ‘quemadas’ en su gran
mayoría por estar obligadas a seguir entrenando con los hombres que (a pesar de
cumplir años como todo el mundo) siguen ridiculizando y menospreciando a las
jugadoras, señalando las carencias técnicas o una menor fortaleza física. La
estadística de abandono antes de tiempo habla por sí misma. ¿Alguien se lleva
las manos a la cabeza leyendo esto? Eso es porque no habla con las jugadoras
sobre la realidad que viven. Y si alguien tiene pruebas que vayan en contra de esto
que lo diga; prometo publicar cualquier información contraria a la tesis que
manejo en estas líneas.
En general, el abandono de la
práctica del rugby por parte de las mujeres es preocupante y si bien es cierto
que la tendencia es mejorar el problema sigue enquistado.
La situación mejora cuando la
jugadora llega al equipo femenino en categoría senior (o selecciones femeninas autonómicas
de distintas categorías). Pero, si bien se alejan del machismo desmesurado de
los jugadores y cuerpos técnicos, aparecen otros incluso peores. Mientras que
las chicas juegan con los chicos, si tienen suerte, disfrutan de un buen entrenador.
En los equipos femeninos, por regla general, se tienen que conformar con los
recién llegados que tratan de aprender con el equipo de chicas, con los que no
aprenden ni a la de tres y se conforman con hacer fracasar al equipo de las
chicas una y otra vez, con los entrenadores y entrenadoras con menos formación…
Son poquísimos los clubes que tienen al frente del equipo femenino a lo mejor
de su staff. Lo normal es que los clubes tengan equipo femenino tan solo para
poder tener el masculino senior jugando en DH. No es raro que los equipos se
inscriban gracias a fichas de novias de jugadores del equipo masculino, chicas
que no saben distinguir entre un balón de rugby y otro de fútbol. Lo normal es
que si hay que ajustar el presupuesto paguen el pato las chicas. Lo normal es
que el interés por el rugby femenino sea escaso. Ellas se pagan la ficha, ellas
se pagan la equipación si es que llega antes de acabar la temporada… Y así todo.
Es tal el desbarajuste que, en infinidad de ocasiones, el entrenador lo eligen
las jugadoras (dentro de lo malo eligen el más les gusta). Cada uno sabrá en
qué se refleja.
¿Se está intentando potenciar el rugby femenino? Sí porque supone unos importantes ingresos para federaciones y clubes. ¿Se está trabajando bien en ese sentido? No voy a entrar en detalles aunque el único caso que conozco que es realmente digno de elogio es el de la Federación Madrileña de Rugby. Me dicen que las federaciones catalana y valenciana están intentando hacer un trabajo que dignifique a las mujeres que juegan al rugby. Pero la sensación general es que las soluciones que se proponen no dejan de ser huidas hacia adelante. Por ejemplo, que una cría de dieciséis años pueda jugar en equipos femeninos de DH es un disparate. Meter en un mismo vestuario a esa niña y a mujeres de veinticinco o treinta años no puede funcionar sin que la menor salga mal parada. Esa es la nueva ocurrencia en el ámbito federativo que no apuesta por crear la estructura necesaria para el rugby femenino y, sobre todo, carga la responsabilidad de la toma de decisiones en familias, clubes y en las propias jugadoras. No parece que la solución sea meter en un mismo saco a todas. Se trata de apostar por ellas y por su esfuerzo.
Ya sé que quedan muchos cabos por
atar, que en menos de mil palabras no se puede aclarar nada en profundidad.
Prometo hacerlo con el tiempo y centrando el foco en asuntos concretos. Pero,
para empezar, lo único que puedo añadir es que, como dice el refrán, ‘la mona
vestida de seda, mona se queda’; y el rugby femenino es la mona disfrazada. Al
menos de forma general y este momento.
G. Ramírez
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